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En el día de hoy regresamos a la cuna del buen comer y un lugar con un encanto mágico, que no es otro, que una de las joyas más preciadas del Cantábrico: nuestra siempre admirada la Bella Easo. En esta ocasión optamos por conocer un nuevo rincón gastronómico, cuya denominación evoca también otro placer tan embriagador como es la lectura: Cortázar. Dicho restaurante forma parte de un grupo Garrancho, el cual está más que consolidado, con una oferta culinaria realmente variada, gracias al buen hacer de los hermanos David y Carlos, que unieron sus carreras a partir de 2014, para tratar de convertirse en referentes de la restauración.
En cuanto a la ubicación y la decoración, todo adjetivo positivo tiene cabida, sin lugar a duda. Se halla en pleno centro de Donosti, a escasos metros de la catedral del Buen Pastor, cuya belleza es innegable, incluso para el más agnóstico donde los haya. A su vez, el diseño es un derroche visual, donde la gama de colores es amplísima, pero bien escogida. Las mesas y los asientos son, igualmente, muy vistosos, si bien, quizás, un poco bajos. Otro pero, aunque el mejor escribano echa un borrón, es el exceso de aprovechamiento del espacio. No obstante, todo se compensa sobradamente, con las librerías presentes en todo momento. ¿Guiño a Cortázar? Ustedes lectores, seguro que me sacan de este mar de dudas.
La bella Donosti siempre merece una visita, y aun más, si es por una noble causa, como el buen yantar. Háganme caso.
Tras una larga temporada, regresamos a la tierra que me vio nacer, y que, por tanto, siempre me provoca más de una emoción. Concretamente, visitamos una pequeña localidad, de nombre Truyes, colindante con el animoso municipio de Avilés. En dicho lugar nos espera el Hotel URH Zen Balagares, donde se ubica el restaurante Arde, que nos ocupa y preocupa en el día de hoy. Y digo preocupa, porque ya saben mi opinión de binomio hotel-restaurante. En raras ocasiones se produce el éxito y...
El menú fue un tanto frugal, porque en esta ocasión se trataba de cena, y como bien dice nuestro sabio refranero popular, de grandes cenas están las sepulturas llenas. Mejor no arriesgar, por tanto. Primer entrante: fideuá negra de calamares. Correcta, sin más. La tinta del calamar estropeaba bastante el plato.
El segundo entrante mejoró un poco el anterior, y fue un poco más sofisticado, si cabe: tomate de temporada asado con salsa holandesa y crujiente de jamón. Buena materia prima, buen acompañante que incluso mejoraba el conjunto del sabor. Correcto.
En lo que se refiere al pescado, cierta mejoría, pero no para ilusionarse, puesto que el margen de mejora era más que notable, dado el bajo listón que había que superar. Hablamos de la dorada al limón con patatas confitadas. Por supuesto, no nos cabe la menor duda que se trataba de una dorada de ración de piscifactoría. En fin...
El final de la jornada, es decir, los postres, también en la misma línea. Comenzamos con el que a priori más nos iba a sorprender: tarta de arroz con leche. Lamentablemente, no hubo tal sorpresa. Si cerrara los ojos, un servidor no sería capaz de adivinar qué dulce estaría saboreando. Significativo, ¿no?
Corolario: hotel+restaurante=alerta todos los sentidos, y principalmente, el gusto.
En el día de hoy regresamos a la Bella Easo, cuna de la mejor gastronomía. Ciudad bellísima donde las haya y con una capacidad infinita de ofrecer manjares suculentos. Concretamente, visitamos el restaurante Kaskazuri, que como podían imaginar tiene su traducción del euskera. Literalmente significaría "de pelo cano". En esta ocasión no acierto a adivinar el motivo de la elección de tal nombre. Bien sea, porque tienen la esperanza de que el local va a perdurar en el tiempo, o bien, porque buscan un público más maduro, que no es el caso. Espero su ayuda, para que un servidor no perezca en este mar de dudas. Lo que no ofrece dudas es su ubicación, la cual es indiscutiblemente magnífica. Kaskazuri se sitúa en el Paseo Salamanca, junto a la desembocadura del río Urumea
En lo que se refiere al local en sí, la reforma le ha dado un toque moderno y vanguardista muy a tener en consideración. Comedores muy acogedores con su mantelería blanca, grandes espacios y una iluminación perfecta, que se adapta a las distintas franjas horarias, para que los diferentes platos brillen con la mejor luminosidad. Los dos comedores tienen personalidades totalmente antagónicas. El de abajo es un lugar más multifuncional (con opción de discoteca inclusive) con unas luces más azuladas, si la ocasión lo requiere. Y como guinda, su enorme acuario marino tropical. Por el contrario, el comedor de arriba es más señorial y con unas vistas espectaculares. Por último, antes de adentrarnos en lo que realmente nos compete, una reseña al gran chef: Antton Otaegi, quien tras comenzar muy joven en Kaskazuri, regresa para tomar las riendas convirtiéndose ya en un mago de los fogones.
Entremos en harina. Las opciones son varias y todas apetecibles. Menú del día, menú especial, menú degustación y carta. Nosotros optamos por la segunda alternativa. Para comenzar con los entrantes, terrina de foiegras con tostadas servido al centro. La calidad del producto soberbia. Nada que objetar.
Otro segundo entrante, pero en este caso cada comensal con su ración individual: ensalada de langostinos, setas y semillas. Quizás, las semillas no maridaban demasiado bien, pues su sabor no tenía un gran aporte. Ese pequeño pero, únicamente.
Para finalizar con el apartado de los entrantes, el que podría ser el que más destacó entre todos ellos: crepe relleno de bechamel. Todo más que perfecto. Tanto el continente como el contenido. Una buena bechamel siempre hay que valorarla con nota.
Llega el momento de máxima tensión, los platos principales. Como mandan los cánones, carne y pescado. El pescado no tuve el placer de degustarlo, pero quienes dieron buena cuenta de ello, salieron más que satisfechos. Por un lado, un rape de ración con refrito de ajo. Gran aspecto.
En cuanto al otro pescado, un clásico de la cocina donostiarra: merluza al horno con salsa de txangurro. La reina de los mares acompañada de su mejor novio, que no es otro que el centollo. Matrimonio perfecto. Enhorabuena.
Momento previo al dulce con una buena pieza de carne: solomillo de vaca con salsa roquefort. Un punto para destacar de sobremanera fue que el queso no enmascaró en ningún momento el sabor de la carne, que la cual llegó a la mesa muy poco hecha, como se sugirió. Gracias.
Si desean relajarse cerca del mar, al tiempo que degustan una gastronomía sin pretensiones, pero satisfactoria, no busquen más. Kaskazuri es su lugar.
Hoy regresamos a una de nuestra niñas mimadas, que no es otra que la bellísima localidad de Getaria en plena costa guipuzcoana. Decir Getaria es decir gastronomía y decir Iribar, que es el destino que nos ocupa hoy, es decir parrilla. Nada más y nada menos que desde 1950 se ofrecen manjares en este lugar elaborados en la magia de la parrilla. Hoy Pili Iribar continúa con la tarea que comenzó su abuelo, tratándose, por otra parte, de unas pocas mujeres que trabaja la parrilla. Tranquilidad, que poco a poco, comienza a crearse escuela.
Dediquemos una breve mención a su ubicación y al interior del local. En cuanto a la ubicación, raya la perfección. Se halla en la calle principal de Getaria, junto al puerto y la iglesia de la localidad (San Salvador). Por lo que se refiere al interior, el establecimiento, con capacidad para 60 personas, cuenta con 3 comedores diferenciados: el comedor principal, situado frente a la barra; el comedor superior, situado en la parte final del restaurante, y el homólogo de este último, situado justamente bajo este, adornados todos ellos con una decoración tradicional marinera sencilla, donde destacan las redes de pesca y los veleros de madera. Y, por supuesto, en el exterior la joya de la corona, la parrilla, que todos los turistas observan atónitos.