Hoy visitamos una de mis mayores debilidades gastronómicas, y por qué no decirlo, el mejor restaurante de Galicia, en mi modesta opinión, pero a la que cada vez se unen más críticos gastronómicos: Casa Solla. Al frente de todo ello, un hombre, el cual se entrega a su pasión como pocos: sirve, recoge, cocina, aconseja de vinos... Él es Pepe Solla, que no sólo se esconde en su cocina donde hace pura magia, si no que interviene e interactúa con el comensal. Grande Pepe. Y todo, porque lleva la cocina en la sangre; sus padres le inculcaron dicho gusto, que el comenzó por saborear a través de sus brillantes inicios como sumiller. De ahí, su formación completa.
La ubicación tiene igualmente hechizo y encanto gallego. Se encuentra frente a la ría de Pontevedra, lo que provoca una sensación de paz y sosiego inmensas. En concreto, en San Salvador de Poio, municipio muy cercano a Pontevedra. Una vez dentro, observamos un ambiente moderno, minimalista y acogedor, que contrasta de manera adecuada con lo más rústico de la fachada y el entorno. 9 mesas en un único espacio que aúna cocina, salón y sala de estar, ideal para que Pepe pueda controlar todo. Magnífico el poder apreciar la elaboración de los distintos platos desde nuestra mesa, gracias a una cocina cercana y acristalada y buen final de fiesta con el café en la sala de estar. A eso se le llama aprovechar el espacio a gusto del cliente.
3 menús disponibles, donde en todos y cada uno de ellos, la implicación con la tierra gallega es total, creando platos innovadores, sin abandonar jamás esas señas de identidad. En nuestro caso optamos por el Menú Gastronómico, el cual, diríamos que se trataba del intermedio. La velada tuvo sus momentos. Primero, el momento aperitivo.
Aperitivo que invitaba a cerrar los ojos y soñar lo que uno realmente estaba saboreando: camarones crujientes y bocata de molusco. Podríamos decir lo de ¿es un ave, es un hombre? No, es Superman. Pues no. Es Pepe Solla ¿Y qué me dicen de las piedras que se comen y las aceitunas rellenas? Nada de lo que parece es real. Todo magia y arte gastronómico.
¿Y el huevo que no es? Aquella crema fina y delicada formada por un queso San Simón que suplía a la clara y crema de calabaza para simular la yema, a uno le provocaba sensaciones enfrentadas. Huevo por fuera y crema fría por dentro ¿Jugamos a las adivinanzas? ¡¡Qué mejor profesor que Pepe!! Podríamos definir su cocina como el resultado de las inimaginables adivinanzas gastronómicas.
Y para terminar con el momento aperitivo, la "laconcita pibil" de nabo. Una explosión de sabor inspirada en una clásica fajita mexicana que sustituye la costilla de cerdo por lacón y la propia fajita por una lámina de nabo. Ya ven, su tierra siempre presente. Fusión de México y Galicia.
Tras el momento aperitivo vayamos con los platos principales. Primero, el huevo de verano, acorde con las fechas en las que nos encontrábamos, y como bien imaginan, en función de la estación en la que nos encontremos, modificación que se produce. Por tanto, la próxima, huevo de invierno. Vaya, lo que permite crear la verdura de temporada, o más bien, lo que un mago como Pepe puede crear.
De pescado, una reina: merluza sobre un puré de tubérculos, ensaladas y ajada. Cuando el producto es fresco de verdad y los acompañantes a la materia prima principal son los ideales, sobran las palabras. Simplemente, sólo resta sentarse en la mesa y vanagloriarse del privilegio gastronómico que se siente.
Y por último, el momento de la carne: costilla ibérica, tirabeques y cachelos. Quizás, el plato que más nos desencantó. Resultaba un poco pesado e indigesto, con lo que rompía la línea delicada del menú. No obstante, nuestras impresiones positivas y emociones sin límite no se vieron alteradas.
Los postres, espectaculares. Para comenzar, su selección de quesos. De la tierra, como no podía ser de otra manera. Modo idóneo para adentrarse en el postre; inicio con algo salado, como el queso, y continuación con los dulces, para acabar con el deleite goloso por excelencia: el chocolate.
Pasito a pasito en los dulces. Con el fin de ir recuperando apetito, fuerzas y poder reiniciar la tarea de poner en marcha los jugos gástricos, una de cítricos. Si el propósito consistía en hacer una pequeña digestión para lo que venía a continuación, de veras que se logró. Fresco y digestivo. Bravo.
Y es que nos esperaba el soufflé tradicional Solla. Falso bizcocho sin harina, helado de vainilla, merengue, horno y
flambeado. Un clásico también llamado “tortilla noruega”, que, ciertamente, no se
encuentra en muchos sitios. Riquísimo. Si hubiera algo que objetar, quizás, una ración un tanto exagerada, pero algunos seguro que lo agradecen...
Para acabar, como ya les había adelantado, el dulce por excelencia: el chocolate. ¡¡Y vaya variedad!! Bizcocho crujiente, bizcocho cremoso, macarrón, polvo con grué, almendra, trufa, relleno de licor y choco-coco. Escojan y sírvanse ustedes mismos, si son tan amables. Por cierto, y no les entretengo más, el lienzo es obra de Pepe. Él se acerca a la mesa, y como si fuera afamado pintor, toma el pincel (manga pastelera), pinta unas figuras, y sobre ellas deposita los dulces. Gracias, artista.
Si aman Galicia y adoran la gastronomía, Casa Solla es su lugar.
Última visita: 16/08/14
Ver ubicación Lat: 42º 26' 00.62" N / Lon: 8º 40' 08.44" O
Avda. Sineiro, 7.
San Salvador de Poio, 36005, Pontevedra
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