Hoy visitamos un lugar que no hace mucho, 2016 para ser exactos, se erigió como capital gastronómica de España. Ese lugar es el histórico Toledo. Y allí visitamos el restaurante Adolfo, donde su chef Adolfo Muñoz con su encanto, cordialidad y buen hacer, es un creador de auténticas maravillas. Poseedor de multitud de premios, pero sin duda, el más importante es su cercanía con todos y cada uno de los comensales. Gracias, Adolfo. Gracias que se hacen extensibles igualmente a su hija Verónica, la cual dirige el día a día del local, con la misma simpatía que su padre. De tal palo, tal astilla.
Y qué les puedo decir del lugar. Pues que se trata de una auténtica maravilla. Si bien se trata de un edificio del año 1924, llama poderosamente la atención la exultante modernidad que reina en cada uno de los cuatro salones de los que dispone el restaurante. Policromías, cuadros y cerámicas bellísimos en un patio cubierto de ensueño, amén de la Cueva-Bodega del siglo IX, o de las increíbles vistas desde la terraza sobre su Casa Urbana Adolfo, donde también uno tendrá el placer, si lo desea, de poder hospedarse, destacan en su variadísima arquitectura.
Como el lugar lo merecía, optamos por degustar el menú chef, el cual se iniciaba con tres aperitivos del día. Primero, un gazpacho refrescante, muy adecuado para las fechas tan calurosas en las que nos encontramos. Dulce y salado al mismo tiempo. Muy notable.
Para acabar con los entrantes, la espectacular tempura de flor de calabaza. Satisfactorio guiño a la cocina asiática. Inmejorable tanto el punto de fritura de la tempura como el gran descubrimiento de la flor de la calabaza. Enhorabuena.
Los platos principales también rayaron a una enorme altura. Para empezar con ellos, tengo el placer de presentarles un novedoso carpaccio de alistado y frutos rojos del bosque. Plato en los que juegan los cinco sentidos, es decir, completísimo. De los que se quedan en el recuerdo.
Sigamos. Pasta de espelta, huevo poché y aceite de rúcula. La intención más que loable, pero lástima que la pasta desvirtuaba y deslavazaba un tanto el plato. No obstante, podríamos catalogar de un plato de los de más que aprobado.
A continuación, producto de la tierra, que puede resultar arriesgado su traslado a la mesa: oreja de lechón, manzana, pasas y nueces. Ya ven a qué me refiero con lo de arriesgado. Sin embargo, su resultado fue soberbio. Pruébenlo. Háganme caso.
Más y además uno de los que se puede considerar protagonista de la jornada: bogavante, su caldo y remolacha ¿Bogavante en Toledo? Se preguntarán asombrados al igual que un servidor. Pues así es, y de una calidad sublime.
Por último, y antes de adentrarnos en los postres, un gran pescado: atún rojo en almadraba. Manjar de los manjares donde los haya. Y nuevamente un guiño más a la cocina asiática, dada su popularidad en aquel entorno.
Vayamos con los postres. El primero, un helado de trufa "Aestivum". Se trata de una trufa negra estival por sus fructificaciones estivales. Las altas temperaturas lo convertían en un dulce necesario a más no poder.
Más azúcar. La bomba golosa del festín gastronómico, y nunca mejor dicho: esfera de caramelo con yogur y tierra de pistachos de Villacañas. En esta ocasión la vista incluso se imponía al gusto, maravillada de poder contemplar tamaña obra de arte.
Y para terminar, unos pequeños dulces a base del que no podía faltar mazapán toledano y unas exquisitas rocas de chocolate. Muy bien.
Adolfo, el placer de la gastronomía toledana, les espera.