Hoy regresamos a uno de los restaurantes más queridos de la Bella Easo, que tras treinta y cinco años de una andadura plagada de éxitos, el 30 de mayo de 2012 bajó la persiana, después de que falleciera Tomás Almandoz, el artífice de todo. Se trata, cómo no, del afamado Urepel, que debe su nombre a una pequeña localidad del departamento de Pirineos Atlánticos, en la Aquitania. Y decimos regresamos, porque afortunadamente hace poco más de un año Mª Eugenia Bozal, propietaria también del restaurante La Muralla se decidió a retomar sus riendas.
Su ubicación es perfecta, puesto que se encuentra frente a la desembocadura del río Urumea y del Kursaal, de modo que las vistas son espectaculares, con más notoriedad en el comedor de la parte superior que de la parte inferior. En cuanto a la decoración, continúa manteniendo su estilo clásico y distinguido, que quizás nos traslade a épocas más antiguas, pero manteniendo siempre la máxima de la importancia de la intimidad del comensal, al mantener una distancia entre mesas más que adecuada.
Comenzamos el homenaje gastronómico con una suculenta emulsión de crema de puerros, cuyo sabor era exquisito, pero que llegó excesivamente bajo de temperatura a la mesa, lo cual restó calidad al obsequio de la casa.
Entrando ya en harina, el comienzo fue más que prometedor: huevo trufado en "cocotte". Magia para los sentidos, y sobre todo, en lo que se refiere al visual. El continente, un huevo de cerámica cascado, le otorgaba una calidez y veracidad al plato, ya de por sí maravilloso en cuanto a su contenido. Enhorabuena.
Otro entrante más, y de temporada: hongos salteados acompañados de huevo. Doy fe que los más exigentes admiradores y saboreadores de este manjar llorarían de gozo al degustar lo que se sirvió en la mesa. Además de todo ello, habría que destacar la delicadeza en el corte de las láminas de los hongos. Bravo.
Y para acabar con los entrantes, otra maravilla más de la naturaleza: vieira asada, papada ibérica, yema de espárrago de Navarra y raíz de perejil. Ejemplo de sinfonía armónica de sabores a la cual más de una vez me he referido. En esta oportunidad Mozart y Beethoven fueron compañeros de mesa durante un breve lapso de tiempo.
Vayamos ya con los clásicos platos principales de pescado y carne, pero en este caso, como no podía ser de otra manera, presentaron más de un matiz. Por lo que respecta al pescado, sin duda alguna, les presento a la joya de la jornada: txipirones de anzuelo rellenos en su tinta. Materia prima de primer nivel, con un toque muy especial, gracias a la espuma de arroz.
El apartado carnívoro, asimismo, estuvo a la altura: solomillo de vaca gallega asado con foie fresco a la plancha. Lo anteriormente citado vale también para este caso. Si la materia prima desborda calidad, el plato tiene garantía de éxito plena, como fue el caso.
Y para terminar, un único postre, pero de categoría: torrija caramelizada en sartén con helado de avellana acompañado de una crema de toffee. Loas infinitas al dulce. Propio para el comensal más goloso.
Ya ven, los gastrónomos más exigentes estamos de vuelta, porque ha vuelto un grande. Ahora a disfrutarlo toca.
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